En 2022, la producción mundial de plásticos alcanzó los 400 millones de toneladas, y se proyecta que esta cifra se duplicará para 2050 si no se toman medidas drásticas . Sin embargo, solo un 9% de este material se recicla a nivel global, mientras que el resto se acumula en vertederos, se incinera o contamina ecosistemas . Con el tiempo, estos residuos se fragmentan en microplásticos que ya se encuentran en el aire, el agua, los alimentos y en nuestros cuerpos.
Los microplásticos son tan ligeros y diminutos que el viento puede transportarlos a miles de kilómetros de su origen. Han sido encontrados en el fondo de los océanos, en la cima del Everest y en regiones remotas del Ártico, demostrando que ningún rincón del planeta está a salvo. Inhalamos microplásticos al respirar aire, los ingerimos a través del agua embotellada, el pescado, la sal e incluso en frutas y verduras. Una persona puede llegar a consumir hasta 5 gramos de microplásticos por semana, lo equivalente al peso de una tarjeta de crédito, según un estudio del WWF. Esta dispersión masiva los convierte en una amenaza silenciosa, persistente e incontrolable, que se infiltra en nuestras vidas sin que podamos verla ni detenerla fácilmente.
En los últimos años, varios estudios han confirmado que los microplásticos ya están presentes en el interior del ser humano. Se han detectado en la sangre, los pulmones, la placenta, el intestino y recientemente incluso en el líquido folicular de los ovarios y en el cerebro humano. Un estudio de 2022 encontró plástico en la sangre del 80% de las personas analizadas, lo que demuestra que estas partículas no solo entran en el cuerpo, sino que también pueden circular por el torrente sanguíneo. Otro estudio halló fibras plásticas en los pulmones de personas vivas, y se han encontrado fragmentos incluso en recién nacidos a través del cordón umbilical. Aunque aún se está investigando cómo llegan exactamente a cada órgano, todo indica que su entrada es constante y generalizada, a través del aire que respiramos, los alimentos que comemos y el agua que bebemos.
Aunque la ciencia todavía está investigando el impacto completo de los microplásticos en la salud, los primeros hallazgos son alarmantes. Estas partículas pueden actuar como vehículos de sustancias tóxicas, como metales pesados, pesticidas o aditivos químicos usados en su fabricación, muchos de ellos relacionados con problemas hormonales, daño celular e incluso cáncer. Se ha observado que los microplásticos pueden inflamar tejidos, alterar el sistema inmunológico y afectar el microbioma intestinal, clave para nuestra salud general. En estudios con animales, también se ha comprobado que pueden interferir en la reproducción, el desarrollo fetal y el funcionamiento de órganos vitales. Aunque los efectos a largo plazo en humanos aún no se comprenden del todo, la acumulación constante de microplásticos en el cuerpo sugiere un riesgo real y creciente, que la ciencia apenas empieza a desenmascarar.
ALGUNOS DATOS DE INTERÉS
El problema de los microplásticos en la salud humana aún no se comprende completamente, y se necesitan más estudios para conocer sus efectos a largo plazo. Sin embargo, los datos disponibles sugieren que estos fragmentos de plástico pueden afectar negativamente el sistema inmunológico, la función hormonal e incluso el desarrollo de enfermedades crónicas.
Los microplásticos llegan a los testículos, y pueden producir alteraciones, pudiendo influir en la fertilidad masculina
La exposición a microplásticos puede alterar la expresión de hormonas que afecten al individuo o a sus hijos (disruptores endocrinos)
Un consumo regular de marisco puede implicar la ingesta de hasta 11,000 partículas de microplásticos al año
Hay microplásticos en la superficie de los océanos... pero también a 2000 m de profundiad
No es una conspiración, es un problema documentado.
Ya hay estudios científicos que han encontrado microplásticos en el cuerpo humano, incluyendo en la sangre, los pulmones, la placenta e incluso el cerebro. Se sabe con certeza que muchos de estos plásticos contienen químicos como ftalatos y bisfenoles, que actúan como disruptores hormonales y pueden alterar funciones como la fertilidad, el desarrollo neurológico o el equilibrio metabólico. También se sabe que ingerimos microplásticos a través del agua, los alimentos, el aire y productos de cuidado personal. Lo que aún está en estudio es cuánto microplástico acumulado puede empezar a causar efectos medibles a largo plazo en la salud, o qué combinaciones de sustancias son más dañinas.
Pero eso no significa que debamos ignorarlo. Negarlo completamente es como decir que el tabaco no hace daño porque no todos los fumadores se enferman. Además, el hecho de que el uso del plástico esté tan extendido y normalizado no garantiza que sea inocuo. A lo largo de la historia ya ha pasado con otras sustancias: el asbesto, el plomo en la gasolina o en las pinturas, e incluso el tabaco fueron utilizados durante décadas con total naturalidad, hasta que la evidencia científica demostró sus efectos nocivos y hubo que actuar. No se trata de tener miedo, sino de tomar conciencia y reducir la exposición en lo que podamos, especialmente porque muchas de las medidas son simples y también benefician al planeta.
Es totalmente normal que no hayas oído hablar mucho de esto todavía. Es un tema relativamente nuevo en la investigación científica, y muchas de las evidencias más sólidas han empezado a aparecer solo en los últimos años. Los estudios que detectan microplásticos en el cuerpo humano son muy recientes, y todavía se están entendiendo sus efectos a largo plazo. Los organismos públicos suelen actuar con prudencia extrema: antes de prohibir algo, necesitan una evidencia clara y concluyente, especialmente si se trata de un material tan presente en la vida diaria como el plástico.
Aun así, ya hay señales de que el tema está empezando a tomarse en serio: la Unión Europea, por ejemplo, ha prohibido recientemente los microplásticos añadidos intencionadamente en productos como cosméticos o detergentes, y muchos países están empezando a legislar sobre envases, utensilios de un solo uso o textiles sintéticos. Es muy probable que en los próximos años veamos más cambios. Pero que no haya aún una gran alarma pública no significa que el problema no exista, solo que, como ya ha ocurrido antes con otras sustancias dañinas, la reacción institucional a veces va por detrás de la ciencia.
Entonces... ¿Hay algo que podamos hacer para remediarlo?